dilluns, 25 d’octubre del 2010

Hombre moderno

Si pudiera verle tan sólo un minuto
le diría todo lo que pienso de él
y me sentaría frente suyo
para mirarle a través de los ojos.
Entonces hablaríamos de los dos
para preguntarnos cómo convivir juntos,
si es que cabe una remota posibilidad.
Pero eso no podría ser posible.

El hombre moderno nunca da la cara.
Él se esconde entre la multitud
y su aparición es fugaz pero determinante,
pues es capaz de manejar las vidas.
Es fácil ver cuando actúa
pero al intentarlo coger desparece
y deja en su lugar una mirada conocida;
víctima inocente del mundo que administra.

Lo he encontrado en mi propio reflejo,
cuando mi mirada me veía asustado.
Entonces se oscurece la luz de la ambición
y hace de la fuerza bruta medio de supervivencia.
Hace de sus manos todo mi cuerpo,
de sus intenciones mis propios anhelos…
por eso en la lucha contra el malestar
asumo la propia responsabilidad.

No lo consigo encontrar y,
aunque sepa cumplir con su palabra,
tampoco creo que sepa hablar;
deja que la costumbre enseñe por él.

El hombre moderno crece cómo un cáncer
que en su desarrollo se nutre de vida
y en su madurez descansa conforme,
satisfecho de que sus días transcurran en paz.

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