dimarts, 28 de setembre del 2010

Sobre la vida o la muerte

No queremos morir para mejorar el mundo. El que está muerto no anhela. Los muertos no pueden imaginar y se les congelan las manos que les servirían para materializar esas ilusiones. Ellos, aunque puedan morir con los ojos abiertos fijos en el horizonte, no gozan de la energía en las piernas para caminar hacia él, deben conformarse con que esa sea la última imagen que han visto y admirado. Los muertos nunca se levantan por nada, han aceptado su condición inalterable de cuerpo sin vida.

El que está muriendo, debe preocuparse de avivar sus constantes vitales y apenas tendrá tiempo para preocuparse de las de los demás. Éste sabe la carretera en  la que se libra su batalla y suficiente tiene con plantarle cara. El que agoniza ve la realidad difusa y su dolor cubre la luz del día como en un día de eclipse. Pero en sus manos siempre queda la luz para iluminar el mundo en cuanto haya puesto las sombras a lugar dentro su isla.

Para mejorar el mundo queremos vivir. El que vive puede anhelar. El que vive tiene la capacidad de imaginar y la fuerza en los brazos y la habilidad en las manos para materializar sus ilusiones. El que vive puede mirar y decidir la dirección que tomar; su ley fundamental y adoptada a voluntad de manera universal debería ser el entender su existencia cómo un algo dinámico atascado en la garganta del tiempo. El vivo, vive más seguro si de las personas trata de hacer su hogar y no hace su hogar para socorrerse de las personas.

Pero abstracciones de este tipo se apartan demasiado de nuestras propias vidas como para que adopten forma en ella. Pero, aunque agonicemos a menudo, siempre queda tiempo para seguir convenciéndonos con nuestra realidad y iluminarnos con alguna estrella lejana. Mientras, seguirá siendo una pena que la muerte pese tanto en nuestras vidas.

Atentos por si algún día nos disgustamos con el mundo.

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